
Lora contuvo la respiración.
Podía sentirlo allá arriba, en el zinc, como si aquella cosa —fuera lo que fuera— estuviera olfateando. El sonido era leve, casi imperceptible, pero no para ella. No cuando su cuerpo entero estaba en alerta, como si cada célula de su piel intentara adivinar el próximo movimiento.
Te mereces todo lo malo que le pueda pasar a una persona.
La frase de Leandro le taladraba la mente, como si no hubiese sido dictada por un hombre, sino por una fuerza que deseaba herirla desde dentro. No gritó, no lloró. Solo se quedó sentada allí, sintiendo un vacío que no sabía si era tristeza o decepción. Leandro había prometido estar con ellas. Que Andrea y ella eran su mundo.
Ni siquiera entendía por qué él había decidido hacerle una prueba de paternidad a la niña. Tal vez siempre lo sospechó. Y quizás tenía razón. Lora lo sabía, en el fondo. Había estado con Joshua el mismo día. Se dejó llevar por el deseo, por la confusión, y luego, para borrar la culpa, se entregó a Leandro. Como si con eso pudiera equilibrar la balanza. Como si amar a uno compensara el error con el otro.
Solo fue una vez. Solo con Joshua. Todo lo demás fue para Leandro. Lo cuidó, lo amó, y juntos recibieron a Andrea con una dicha genuina. Leandro adoraba a la niña. Lora lo veía en su mirada, en sus gestos. Y ahora, después de todo, no solo las abandonaba. Les deseaba lo peor.
BOOM.
Y lo peor estaba en el techo. Algo sin palabras. Sin rostro. Algo que solo quería devorar.
Dios, pensó, qué imaginación la mía. Se obligó a creer: tal vez solo cayó un mango.
Sí, debía ser eso. Respiró profundo. Las ramas de las matas de mango de los vecinos solían cruzar la cerca. Siempre las había odiado. De esas ramas llovían hojas secas que tenía que barrer cada mañana. Pero con el tiempo —por rencor o resignación— empezó a comerse la fruta. Si no podía evitar la molestia, al menos que sirviera de algo.
Pero… ¿cómo iba a ser un mango si esas ramas no alcanzaban el techo?
BOOM.
Aquello se movió. En definitiva no era un mango.
Un crujido seco, lento, que parecía recorrer la casa como si tuviera patas. Lora sintió su lógica resquebrajarse, desmoronarse como una casa de naipes ante el soplo de lo inexplicable.
Abrazó a Andrea. Dispuesta a protegerla. ¿Pero de qué? ¿Qué era eso que acechaba desde lo alto y por qué parecía observarlas?
Pensó en un duende de una vieja película, uno que robaba el aliento de los niños. Tal vez no era tan absurdo. Tal vez eso era exactamente lo que había allí arriba.
Las cosas verdaderamente malignas —pensó Lora— no siempre atacaban con furia. A veces simplemente esperaban. Observaban. Elegían.
BOOM.
Justo encima de ellas.
El techo ya no era solo techo. Era un umbral. Un velo frágil entre dos mundos.
Y lo que estaba del otro lado no venía por ella. Venía por Andrea.
Toc, toc, toc.
Lora se sobresaltó.
—¡Lora! —una voz familiar la llamó desde el otro lado de la puerta.
Tan rápido como pudo, con la niña en brazos, Lora abrió.
—Hey Amaury… ¿cómo estás? —dijo sin pensar, sin notar siquiera la hora. Todo lo que había sentido un instante antes parecía haberse desvanecido como un hechizo roto con ese toc, toc.
Amaury la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué te pasa? —preguntó—. Estás pálida.
Miró a Andrea en brazos, soñolienda, debatiendose entre el despertar y el sueño.
—Nada —mintió Lora, abriéndole la puerta para que entrara.
Amaury caminó hasta el centro de la sala, como si buscara las palabras adecuadas.
—Lora… vine porque… bueno, esto es difícil —dijo finalmente—. Alex… se suicidó.
Un silencio imposible cayó sobre ellos. En ese mismo instante, el techo crujió con violencia y algo cayó pesadamente sobre el suelo exterior, como si se hubiera liberado una presión oculta por demasiado tiempo.
Andrea, dormida aún, murmuró entre sueños. Lora sintió el mundo cerrarse en una espiral que comenzaba justo ahí, en su sala, en esa noche.
¿Qué acecha desde el techo… y qué más está por venir?
La oscuridad apenas comienza a revelarse.
Sigue leyendo los próximos capítulos y descubre qué secretos esconde La Colonial.
Mientras echas un vistazo a estos.
📖 👉