El autobús traqueteaba sobre la carretera caliente mientras Javier dormitaba en su asiento. El aire acondicionado hacía poco para combatir el bochorno de la tarde. Afuera, el paisaje era una mezcla de campos abiertos y montañas en la distancia. Sombras de árboles pasaban fugaces sobre las ventanas, proyectando figuras distorsionadas dentro del vehículo.
Entonces, una voz distante lo despertó.
—No es tu decisión. Tienes que volver.
Los ojos de Javier se abrieron de golpe. Miró a su alrededor, confundido. Solo los ronquidos de un hombre mayor y el murmullo del motor llenaban el espacio. Nadie le había hablado. Y sin embargo, la sensación de una voz lejana, persistente como un eco, le arrebató las ganas de seguir dormitando.
Se frotó los ojos y, al levantar la vista, lo primero que vio fue el letrero en el arco de entrada de la ciudad:
BIENVENIDO A SAN JUAN DE LA MAGUANA.
La tierra de los brujos.
Había recorrido el mundo, aunque fuera a través de la televisión, y se había sumergido en libros, artículos en internet y estudios universitarios que lo llevaban a cuestionarlo todo. La fantasía y el folclore eran solo eso: relatos de tiempos antiguos, interpretaciones distorsionadas de lo inexplicable. La realidad, en cambio, podía ser aún más violenta, pero siempre tenía una base, una estructura lógica. El método científico, la lógica, el análisis crítico… Todo tenía un sustento real. No como esas historias de brujos y maldiciones que lo rodearon cuando era niño.
El autobús frenó en seco en la parada El Merenguero, nombrada igual que el río más importante de la región, cuyas aguas marrones serpenteaban cerca de la terminal. Javier bajó con su pequeño bulto al hombro.
A simple vista, San Juan estaba igual. Pero también diferente. Bajo la luz del día, las calles polvorientas de su infancia ahora se veían asfaltadas, con bancos y negocios creciendo en cada esquina. Había luces de neón anunciando discotecas donde antes solo había bares de mala muerte. En La Colonial, en cambio, apenas si había tabernas. Nada de lujos, nada de modernidad. La vida allá seguía siendo cruda, como siempre. Javier lo sabría más adelante, aunque dentro de él, por alguna razón, ya lo sabía. Quizás por las conversaciones con su primo, o con Alex… Ah, Alex. La razón por la que después de quince años, Javier se encontraba una vez más allí.
Un golpe de nostalgia lo alcanzó de forma inesperada. ¿Cómo es posible que después de quince años estuviera aquí? La respuesta era simple: una llamada.
Se pasó una mano por la cara, sintiendo la fatiga en los huesos. Aún no había llegado del todo. El tramo de San Juan a La Colonial era de treinta minutos, pero el peso de los recuerdos lo aplastaba
—Tienes que volver.
Esas fueron las últimas palabras de Alex en aquella llamada. En aquel momento, lo breve de la conversación le pareció a Javier tan irreal como el hecho de encontrarse ahora en La Colonial rumbo al funeral de su amigo. Cómo puede sorprenderte la vida de tal forma. Un día estás cuadrando los estados financieros de las compañías a tu cargo, evitando que ningún maco salte más adelante para que las entidades reguladoras no te compliquen el fisco, y al otro día estás sentado en una mecedora con una escopeta en la boca. Y jalando del gatillo.
—¿Alex? ¿Qué te pasa?
—Tienes que volver —repitió, esta vez con desesperación.
Qué demonios era todo aquello. ¿Cómo te llama un tipo, disque amigo de la infancia, a las dos de la mañana, para soltarte con una declaración como esa? Eran las dos de la mañana, por todos los cielos. Desde el principio, Javier sabía que no tenía que contestar. Pero aun así, la tomó.
—¿Volver a dónde? ¿A La Colonial? —Javier dejó escapar una risa seca, incrédula. Era algo tan repentino como absurdo, una petición directa, sin contexto ni explicación.
—Dice que, si no vuelves, va a matarme. Va a matarnos a todos.
Continuaba lo absurdo. Era como aquel manga que Javier había leído, uno que durante tantos capítulos se centraba en la época medieval y la lucha de poder entre los hombres. Por supuesto, había muertes exageradas y hazañas sobrehumanas del protagonista que uno aceptaba solo porque era parte del género. Hasta que, de pronto, boom. Explota la bomba. Demonios y criaturas infernales irrumpiendo en una historia que hasta entonces parecía tener sentido.
—Alex, dime la verdad. ¿Estás drogado? ¿Borracho?
El otro lado de la línea quedó en silencio. Un silencio denso, contenido, expectante, como la calma antes de que un depredador salte sobre su presa. El aire se sintió más pesado en la habitación, aunque Javier no supiera por qué.
—Si tienes problemas, llama a la policía.
Alex soltó un bufido, una risa sin humor, amarga.
—La policía… Ningún policía en el mundo puede ayudarme, Javier. Ni siquiera Jesucristo nuestro señor podría hacerlo. El único que puede eres tú.
Javier sintió un escalofrío recorrerle la nuca. No eran solo las palabras, sino la forma en que fueron dichas, con la certeza de alguien que ya había aceptado su destino.
—Alex… ¿qué hiciste? —preguntó en un murmullo apenas audible, pero no obtuvo respuesta.
Y entonces, entre el crujido de la estática, algo más se filtró en la bocina.
—¿No quieres conocer a tu padre?
La frase flotó en el aire como un veneno. No era la voz de Alex. O, si lo era, entonces el otro estaba haciendo una broma de muy mal gusto.
Por un instante, Javier quedó paralizado. Su pulso martillaba en sus sienes. El aire se sentía denso, pegajoso.
—¿A mi qué? —murmuró Javier, sintiendo que algo dentro de él se removía, como un animal dormido despertando de golpe. —¿De qué mierda estás hablando, Alejandro?
Pero la línea ya estaba muerta.
Esperando el capítulo 3
Excelente, buen inicio…